En su concienzuda labor, el agua del Jucar, el Cabriel o de la lluvia han ido diseminando La Manchuela de todo tipo de elementos geológicos singulares.
Por ejemplo, los denominados tollos. Depresiones en forma de olla que aparecen en los barrancos como consecuencia de la erosión del agua sobre capas del terreno de diferente dureza. A su abrigo suele desarrollarse una vegetación más frondosa y húmeda que la de los alrededores, como atestiguan los tollos de la Tortuga (Villamalea), La Gila (Tolosa), Barranco de la Noguera (Alcalá del Júcar), Barranco Romero, La Bastida.
Por el contrario, también es habitual ver aquí y allá, a lo largo de toda la ribera del Júcar, gigantescos espolones de roca caliza que sobresalen de los bosques de las laderas que ascienden hacía el llano, y que debido a su pendiente hacen inviable que crezca un solo árbol. Entre estos destacan el Bolinche Manazas, un enorme cilindro de roca caliza que conforma la punta del espolón sobre el que se asienta Alcalá del Júcar, o el Puntal de la Quicorra, que se erige en la ladera sur del Cañón del Júcar un poco más abajo, antes de llegar a Tolosa.
Para terminar, podemos observar la colaboración necesaria del agua, en este caso la del rio Cabriel, en los denominados pliegues de yesos de Cilanco. Se trata de una serie de estratos de roca de yeso rojo, sacados a la superficie por la erosión y donde se aprecian los efectos de los agentes geológicos. Estos además nos regalan un mirador y una magnífica panorámica de La Manchuela.
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